El mar plácido
que lame indolente la costa,
que riza lentamente la arena
con la suavidad del amante.
El chapoteo tranquilo y lánguido
de las olas delicadas,
como rumor de caracolas
que llena el aire de calma.
Las mañanas resplandecientes,
el calorcito que acaricia
la piel morena.
Los ojos entornados en la lejanía.
El olor salino.
Las tardes que se alargan
en tiempos infinitos,
acotados, coloridos y reales
hasta que la luz se extingue.
La fiesta.
La calle.
La fresca.
El azul que se respira
con el azahar
y galán de noche.
La noche que te invita
a charlas al amanecer.
La costumbre de vivir,
de respirar casi desnudo
bajo la protección
de la cúpula celeste...
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