La batuta
gesticula
casi autónoma,
recoge el aire,
o lo esparce,
o puntillea.
El gesto
vehemente,
suave
o tranquilo.
La mirada
señala,
dice cuando y cómo.
Toda la música en la cabeza,
el tempo, el volumen,
la cadencia, la belleza,
tanta belleza que asusta,
que te eriza la piel
más que el propio miedo.
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